“Los animales forjan amistades, son sorprendidos
mintiendo o robando y pierden credibilidad en la comunidad.”
Justicia Salvaje
Cada vez es más común encontrarnos con noticias que
nos dan una perspectiva diferente sobre el comportamiento animal y, aunque
estos sucesos, que pudieron parecernos increíbles en su día, ya no nos resultan
tan novedosos, siguen suscitando en nosotros la misma curiosidad que antaño. Cuanto
más se ahonda en el estudio de la conducta de determinados animales, nuestra
perspectiva sobre ellos va cambiando. Pero lejos de satisfacer nuestra
curiosidad, los nuevos descubrimientos no hacen más que alimentarla. No es raro
encontrar en otras especies rasgos que se creían exclusivamente de le especie
humana, así que no es de extrañar que también pueda cambiar la perspectiva que
tenemos sobre nosotros mismos al mirarnos en el espejo de dichas especies.
Justicia salvaje, es un libro ambicioso que pretende
trasladar el concepto de moralidad fuera del contexto humano y ampliarlo, con
una serie de modificaciones, al mundo
animal. Surgió del esfuerzo conjunto de un biólogo y una filósofa, por lo que
aborda un gran espectro de temas cuyos nexos podrían haber pasado
desapercibidos si la luz con la que se hubieran enfocado no fuera tan amplia.
Independientemente de si los ejemplos expuestos
justifican satisfactoriamente los argumentos que se esgrimen para apoyar la
idea de la “moralidad animal”, estos ejemplos
merecen un estudio profundo y carente de prejuicios. Es importante destacar que
casi la totalidad de ellos, salvo excepciones puntuales, han sido resultado de
investigaciones científicas y, por tanto, constituyen un punto de partida
sólido. El campo de estudio al que pertenecen estos datos es la etología, sobre
todo la etología cognitiva. La etología es la disciplina científica que se
encarga de estudiar el comportamiento animal, y la etología cognitiva está
centrada en el estudio de la mente animal.
Hay puntos clave que es necesario tratar antes de
continuar. Primero –y, como ya se ha dicho antes– la mayor parte de la
información sobre la conducta animal que se expone en el libro, está basada en
artículos científicos que han sido publicados en revistas de calidad y, que por
tanto, han podido ser discutidos por la comunidad científica. Segundo; el
concepto de moralidad animal propuesto no engloba a todo el mundo animal, sino
que está restringido a las especies sociales; es una característica social y
que, por tanto, sólo se entiende entre los miembros de dicha sociedad. Por
ejemplo, un lobo no se comporta de manera moral cuando caza, lo hace cuando
interactúa con otros lobos. Una de la hipótesis clave es que la complejidad del
comportamiento moral depende tanto de la inteligencia como de la sociabilidad,
es decir, que la moral es una adaptación a la vida en las sociedades. Tercero,
en el libro se considera que los animales llevan a cabo elecciones activas en
sus eventos sociales, ayudar o no, cooperar o no, jugar o no… Los insectos no
se incluyen precisamente porque tienen pautas rígidas y no parece que tengan
libertad sobre sus acciones.
El comportamiento de los animales sociales se
analiza en tres “clústeres”: cooperación, empatía y justicia. Se denominan
“clústeres” porque dentro de estas conductas están recogidas otras como la
equidad, la reciprocidad, el altruismo…
Cooperación, según la definición utilizada por los
autores, es el conjunto de comportamientos relativos a la ayuda a los demás y
al trabajo colectivo orientado a un objetivo común. La cooperación se ha visto,
entre otras especies, en las ratas, que muestran reciprocidad generalizada –que
se creía exclusiva de los humanos–: una rata ayuda a otra rata desconocida y
sin relación a tirar de un palito para obtener comida si antes ha recibido
ayuda. También encontramos casos de reciprocidad no generalizada, relacionada
en la mayoría de casos con la obtención de comida, en numerosos animales;
grajos, hienas, monos capuchinos, chimpancés, suricatos, lobos y cuervos –estos dos últimos trabajan
juntos a pesar de ser especies diferentes–.
Empatía: habilidad de sentir lo que otro siente. La
empatía parece estar muy extendida en la naturaleza; un buen ejemplo lo ofrecen
los roedores: los ratones sufren cuando ven a su compañero de jaula
experimentar dolor, volviéndose más sensibles al dolor. En experimentos llevados
a cabo con ratas, se descubrió que las ratas no presionan una palanca que les
proporciona comida si al hacerlo, otra rata recibe una descarga eléctrica o que
cuando se suspendía a una rata en el aire con un arnés, otra rata presionaba la
palanca para bajarla. Otro ejemplo curioso lo encontramos en los perros: en un
estudio llevado a cabo para ver la empatía de los niños pequeños ante el
sufrimiento de un adulto, se vio que los perros del hogar muestran más
preocupación que los niños, permaneciendo cerca y dando suaves empujones –por
algo los perros son considerados los mejores amigos del hombre–. Pero hay
muchos otros ejemplos de comportamiento empático en cetáceos, en primates, en elefantes y en murciélagos, entre otras
especies.
Justicia: es un conjunto de expectativas sobre lo
que uno merece y cómo debe ser tratado. Esta es, en mi opinión, una de las conductas
más interesantes ya que, al igual que en las relaciones humanas, la justicia es
fundamental para el buen estado de una sociedad animal. Por ejemplo, un estudio
puso de manifiesto que a los seres humanos nos disgusta la falta de equidad, y
que estamos dispuestos a sufrir un perjuicio personal inmediato con tal de
castigar esta mala conducta. Pues bien, en las sociedades animales también se
valora la justicia –como se pone de
manifiesto cuando se reparte la comida– y se castiga la injusticia: los
tramposos son excluidos de los juegos. Por ejemplo, en un experimento, se le
pidió a un mono que cambiara una piedrecita de granito por una uva; después se
le pidió a otro, que había presenciado esta acción, que cambiara otra
piedrecita por un trozo de pepino, un alimento menos apetecible. El resultado:
el mono no sólo no se comía el pepino, sino que se lo tiraba al investigador.
Pero si esto se hacía con un mono que no había visto que su compañero obtenía
una uva en el trueque, el trozo de pepino era un premio muy apetecible. Si
buscamos un ejemplo, que refleje la importancia de la justicia en las
sociedades animales, este es sin duda el juego. El juego es una actividad social
voluntaria, que necesita que se sigan
una serie de reglas para desarrollarse. Cuando se juega desaparecen o quedan
reducidas al mínimo las afirmaciones de fuerza y los intentos de apareamiento.
Los coyotes y los lobos dan por terminado un juego cuando se incumplen las
reglas y evitan a los tramposos en el futuro. Otro caso interesante son los perros
domésticos, ya que se ha visto que tienen mecanismos para comunicar su deseo de
jugar o su arrepentimiento cuando se rompen
las reglas. Por ejemplo, para invitar a otro perro a jugar, se inclinan; pero
también lo hacen después de morder demasiado fuerte para pedir perdón y mostrar
su intención de seguir jugando.
Decidir si estos ejemplos pueden ser el reflejo de
la existencia de una moral animal o no, es tarea individual de cada lector. Por mi parte diré que la etología es un campo de estudio fascinante
que dará de que hablar en el futuro, pero para avanzar en esta línea, es
necesario que el análisis de la conducta animal no esté sometido a muchos de
los prejuicios que hogaño limitan nuestra visión sobre ella. Quizá es hora de aceptar
que hay rasgos de nuestra conducta que no son exclusivamente humanos, y que también se
expresan en otras sociedades animales, aunque lo hacen de forma distinta. Por ejemplo, a pesar de nuestras diferencias, ni a perros, ni a lobos, ni a coyotes, ni a humanos, ni a muchas otras
especies sociales, nos gusta jugar con tramposos –así que no te inclines si no
quieres jugar–.
Estefanía Hurtado
Fuente: Justicia salvaje: La vida moral de los animales.
Marc Bekoff & Jessica Pierce. Turner Publicaciones S.L., 2010.
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