martes, 21 de mayo de 2013

No te inclines si no quieres jugar


“Los animales forjan amistades, son sorprendidos mintiendo o robando y pierden credibilidad en la comunidad.”
Justicia Salvaje



Cada vez es más común encontrarnos con noticias que nos dan una perspectiva diferente sobre el comportamiento animal y, aunque estos sucesos, que pudieron parecernos increíbles en su día, ya no nos resultan tan novedosos, siguen suscitando en nosotros la misma curiosidad que antaño. Cuanto más se ahonda en el estudio de la conducta de determinados animales, nuestra perspectiva sobre ellos va cambiando. Pero lejos de satisfacer nuestra curiosidad, los nuevos descubrimientos no hacen más que alimentarla. No es raro encontrar en otras especies rasgos que se creían exclusivamente de le especie humana, así que no es de extrañar que también pueda cambiar la perspectiva que tenemos sobre nosotros mismos al mirarnos en el espejo de dichas especies.

Justicia salvaje, es un libro ambicioso que pretende trasladar el concepto de moralidad fuera del contexto humano y ampliarlo, con una serie de  modificaciones, al mundo animal. Surgió del esfuerzo conjunto de un biólogo y una filósofa, por lo que aborda un gran espectro de temas cuyos nexos podrían haber pasado desapercibidos si la luz con la que se hubieran enfocado no fuera tan amplia.

Independientemente de si los ejemplos expuestos justifican satisfactoriamente los argumentos que se esgrimen para apoyar la idea de la “moralidad animal”,  estos ejemplos merecen un estudio profundo y carente de prejuicios. Es importante destacar que casi la totalidad de ellos, salvo excepciones puntuales, han sido resultado de investigaciones científicas y, por tanto, constituyen un punto de partida sólido. El campo de estudio al que pertenecen estos datos es la etología, sobre todo la etología cognitiva. La etología es la disciplina científica que se encarga de estudiar el comportamiento animal, y la etología cognitiva está centrada en el estudio de la mente animal.

Hay puntos clave que es necesario tratar antes de continuar. Primero –y, como ya se ha dicho antes­– la mayor parte de la información sobre la conducta animal que se expone en el libro, está basada en artículos científicos que han sido publicados en revistas de calidad y, que por tanto, han podido ser discutidos por la comunidad científica. Segundo; el concepto de moralidad animal propuesto no engloba a todo el mundo animal, sino que está restringido a las especies sociales; es una característica social y que, por tanto, sólo se entiende entre los miembros de dicha sociedad. Por ejemplo, un lobo no se comporta de manera moral cuando caza, lo hace cuando interactúa con otros lobos. Una de la hipótesis clave es que la complejidad del comportamiento moral depende tanto de la inteligencia como de la sociabilidad, es decir, que la moral es una adaptación a la vida en las sociedades. Tercero, en el libro se considera que los animales llevan a cabo elecciones activas en sus eventos sociales, ayudar o no, cooperar o no, jugar o no… Los insectos no se incluyen precisamente porque tienen pautas rígidas y no parece que tengan libertad sobre sus acciones.

El comportamiento de los animales sociales se analiza en tres “clústeres”: cooperación, empatía y justicia. Se denominan “clústeres” porque dentro de estas conductas están recogidas otras como la equidad, la reciprocidad, el altruismo…
Cooperación, según la definición utilizada por los autores, es el conjunto de comportamientos relativos a la ayuda a los demás y al trabajo colectivo orientado a un objetivo común. La cooperación se ha visto, entre otras especies, en las ratas, que muestran reciprocidad generalizada –que se creía exclusiva de los humanos–: una rata ayuda a otra rata desconocida y sin relación a tirar de un palito para obtener comida si antes ha recibido ayuda. También encontramos casos de reciprocidad no generalizada, relacionada en la mayoría de casos con la obtención de comida, en numerosos animales; grajos, hienas, monos capuchinos, chimpancés, suricatos,  lobos y cuervos –estos dos últimos trabajan juntos a pesar de ser especies diferentes–.

Empatía: habilidad de sentir lo que otro siente. La empatía parece estar muy extendida en la naturaleza; un buen ejemplo lo ofrecen los roedores: los ratones sufren cuando ven a su compañero de jaula experimentar dolor, volviéndose más sensibles al dolor. En experimentos llevados a cabo con ratas, se descubrió que las ratas no presionan una palanca que les proporciona comida si al hacerlo, otra rata recibe una descarga eléctrica o que cuando se suspendía a una rata en el aire con un arnés, otra rata presionaba la palanca para bajarla. Otro ejemplo curioso lo encontramos en los perros: en un estudio llevado a cabo para ver la empatía de los niños pequeños ante el sufrimiento de un adulto, se vio que los perros del hogar muestran más preocupación que los niños, permaneciendo cerca y dando suaves empujones –por algo los perros son considerados los mejores amigos del hombre–. Pero hay muchos otros ejemplos de comportamiento empático en cetáceos, en primates,  en elefantes y en murciélagos, entre otras especies.

Justicia: es un conjunto de expectativas sobre lo que uno merece y cómo debe ser tratado. Esta es, en mi opinión, una de las conductas más interesantes ya que, al igual que en las relaciones humanas, la justicia es fundamental para el buen estado de una sociedad animal. Por ejemplo, un estudio puso de manifiesto que a los seres humanos nos disgusta la falta de equidad, y que estamos dispuestos a sufrir un perjuicio personal inmediato con tal de castigar esta mala conducta. Pues bien, en las sociedades animales también se valora la justicia –como  se pone de manifiesto cuando se reparte la comida– y se castiga la injusticia: los tramposos son excluidos de los juegos. Por ejemplo, en un experimento, se le pidió a un mono que cambiara una piedrecita de granito por una uva; después se le pidió a otro, que había presenciado esta acción, que cambiara otra piedrecita por un trozo de pepino, un alimento menos apetecible. El resultado: el mono no sólo no se comía el pepino, sino que se lo tiraba al investigador. Pero si esto se hacía con un mono que no había visto que su compañero obtenía una uva en el trueque, el trozo de pepino era un premio muy apetecible. Si buscamos un ejemplo, que refleje la importancia de la justicia en las sociedades animales, este es sin duda el juego. El juego es una actividad social voluntaria, que  necesita que se sigan una serie de reglas para desarrollarse. Cuando se juega desaparecen o quedan reducidas al mínimo las afirmaciones de fuerza y los intentos de apareamiento. Los coyotes y los lobos dan por terminado un juego cuando se incumplen las reglas y evitan a los tramposos en el futuro. Otro caso interesante son los perros domésticos, ya que se ha visto que tienen mecanismos para comunicar su deseo de jugar o su arrepentimiento cuando se  rompen las reglas. Por ejemplo, para invitar a otro perro a jugar, se inclinan; pero también lo hacen después de morder demasiado fuerte para pedir perdón y mostrar su intención de seguir jugando.

Decidir si estos ejemplos pueden ser el reflejo de la existencia de una moral animal o no, es  tarea individual de cada lector. Por mi parte diré que la etología es un campo de estudio  fascinante que dará de que hablar en el futuro, pero para avanzar en esta línea, es necesario que el análisis de la conducta animal no esté sometido a muchos de los prejuicios que hogaño limitan nuestra visión sobre ella. Quizá es hora de aceptar que hay rasgos de nuestra conducta que no son exclusivamente humanos, y que también se expresan en otras sociedades animales, aunque lo hacen de forma distinta. Por ejemplo, a pesar de nuestras diferencias,  ni a perros, ni a lobos, ni a coyotes, ni a humanos, ni a muchas otras especies sociales, nos gusta jugar con tramposos así  que no te inclines si no quieres jugar.

Estefanía Hurtado
Fuente: Justicia salvaje: La vida moral de los animales. Marc Bekoff & Jessica Pierce. Turner Publicaciones S.L., 2010.

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