Ander E. Hernández Plágaro
El
Rey Salomón podía hablar con los animales gracias a su anillo mágico, pero el
etólogo Konrad Lorenz lo hacía sin necesidad de usar ningún sortilegio. Conocía
de tal manera el comportamiento animal que cuando un nuevo patito nacía en un
casa era capaz de que le reconociera como su madre «hablándole» en su idioma,
porque aunque no lo parezca, los animales son capaces de transmitir mensajes
muy precisos, si bien limitados, con el sonido. Por ejemplo, las grajillas,
unas aves negras de pequeño tamaño, emiten un sonido «Kiuu» que significa «vámonos
a casa», de forma que cuando un grupo de grajillas está indeciso acerca de qué
hacer y una de ellas canta con este tono, las demás la siguen hasta el hogar. Pero
la cosa no acaba ahí, porque con cambios sutiles en el canto puede indicar que
desea emprender el vuelo a un lugar cercano en el que se encuentre más a gusto
a la sombra, o que quiere desplazarse unos cientos de metros para buscar comida
en otro sitio más prometedor.

Pero
Konrad Lorenz no siempre estaba hablando con los animales, también se sentaba a
observarlos interactuar entre ellos sin la intervención humana. Uno de estos
animales fueron sus peces Herichthys cyanoguttatus,
que al parecer tienen relaciones bastante comprometidas parecidas a las de las
aves o mamíferos que «contraen matrimonio». Esto lo averiguó en un acuario con
dos hembras y dos machos. Cuando llega la época de la reproducción los machos
se esmeran en la construcción de un refugio para sus futuros retoños, y debe
ser lo suficientemente impresionante para gustarle a una hembra, además
establecen los límites de su terreno explorando fuera de su fortaleza hasta los
límites de la del enemigo. Pues bien, en este acuario había un pez de estos
guapotes y fuertes que consiguió a la hembra más bellas de las dos, el otro que
era más modesto intentaba conquistarla paro se tuvo que conformar con la otra. Cuando
ya estaban las parejas asignadas y dispuestas para tener pececitos no se le ocurrió
otra cosa a Lorenz que cambiar las parejas a ver que ocurría. Cuál fue su
sorpresa cuando el pez hermoso se comportó grosero con la impostora y el pez
modesto acogió con gusto a la otra hembra. El segundo macho comprendió de
alguna manera que había ganado con el cambio, se dio cuenta de la maniobra.

Sin
necesidad se llegar a un nivel tan alto de compenetración como al que llega
Lorenz con los animales, todas las chapuzas que te hagan en casa con sus
gruñidos, graznidos, olores, excrementos o arañazos quedan de sobra compensadas
cuando uno es capaz de comunicarse con ellos y entender el por qué de sus acciones.
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