Ander E. Hernández Plágaro
En
el agua los animales se guían por señales químicas y visuales para orientarse y
detectar depredadores (o presas), estas señales difieren en cuanto a fiabilidad
y disponibilidad: las señales visuales son seguras en cuanto a la información ofrecida,
pero pueden ser confusas o irrelevantes cuando hay mucha vegetación o el agua
está turbia. Las señales químicas, a pesar de estar siempre disponibles, pueden
ofrecer información incierta, porque lo que se huele puede haber pasado hace
horas o estar detrás de ti a punto de comerte.
¿Pero,
qué pasaría si los peces no pudieran ver a su alrededor? Esto es lo que se
preguntaba un grupo de investigadores de la Universidad de Saskatchewan, Canadá,
que utilizaron un pececillo que habita la Gran barrera de coral para su estudio,
el Acanthochromis polyacanthus. Se
fijaron en un ambiente así porque los arrecifes de coral vienen soportando
mucho estrés debido al crecimiento de las poblaciones humanas en las zonas
costeras. La actividad humana cercana a los arrecifes ha resultado en un
aumento de la turbidez del agua, un ambiente en el que las principales fuentes
de información son la vista y el olfato. Tenían la hipótesis de que cuando el
agua se volvía mas opaca los peces dejaban de fiarse de sus ojos para guiarse
por su sentido del olfato (o gusto, dependiendo de cómo se mire).
Para
demostrar su hipótesis mantuvieron a varios peces dentro de tanques con
distintas condiciones de turbidez, y descubrieron que cuanto más opaca era el
agua más quietos se estaban los peces. Después, a cada pez se le envió una
señal química distinta. Cada una de estás tres señales indicaba un nivel creciente
de peligro: la primera señal era agua de mar, la segunda era una alarma débil y
la tercera era extracto de piel de A.
polyacanthus; lo que podría indicar que un depredador estaba cazando cerca
y uno de sus compañeros había sido herido. Al mismo tiempo de la liberación de
estas señales se administraba en los acuarios una pequeña ración de Artemia (crustáceos que se usan como
alimento para peces planctófagos como estos) para determinar si los peces salían
a comer o preferían quedarse en su refugio y evitar enfrentarse a un depredador.
A
continuación están los resultados de este experimento: cada uno de los tres gráficos
indica las distintas condiciones de turbidez del agua, dispuestos según aumentan
las partículas flotantes. Las barras blancas representan la primera señal, las
grises la segunda y las oscuras de tercera. En el eje de ordenadas queda
representado el cambio en el movimiento de los peces, que disminuye
notablemente en las tres condiciones de turbidez cuando se libera la señal de
alarma máxima. Además, la respuesta de los peces cuando veían muy poco fue
mayor que cuando el agua era más clara.
Parece razonable pensar que la hipótesis de la compensación sensorial
es verdadera, ya que los peces hicieron aún más caso a su olfato que a sus ojos
cuando el agua no les dejaba ver a su alrededor. Todos se refugiaron en lugar
de salir a comer ante la posibilidad de ser comidos por un depredador
invisible.
Otra conclusión podría ser que aunque
en los ambientes marinos la turbidez aumente debido a la actividad humana,
algunos peces como A. polyacanthus aumentarán la dependencia de señales
químicas para huir de depredadores de forma efectiva. De todas maneras los
depredadores podrían hacer lo mismo, comenzando una carrera armamentística que
determinaría cual de los dos es capaz de correr más rápido para comer o evitar
ser comido.
Fuente:
Susannah M Leahy, Mark I McCormick, Matthew D Mitchell and Maud C O Ferrari; To
fear or to feed: the effects of turbidity on perception of risk by a marine
fish; Biol Lett (2011) 7, 811-813.
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